Su respiración se hacía cada vez más lenta y se notaba un esfuerzo tremendo a cada segundo para tomar y lanzar después una bocanada de aire. La tarde caía sobre su rostro lleno de quietud aunque por dentro estuviera sufriendo. Los naranjas, rojos, amarillos e inclusive verdes del atardecer se reflejaban en toda la habitación dando un pintoresco efecto antiguo pero a su vez una hermosa imagen difícil de borrar. Las cortinas se oleaban lentamente con la briza, como si ellas fueran a morir en algún momento y eso sucedería cuando tranquilamente el viento las dejara en paz, cuando aquel invitado transparente se esfumara a quien sabe dónde.
Nada ni nadie osaba a interrumpir la quietud de aquel panorama, (inclusive nosotros por mas que quisiéramos averiguar más allá de lo descrito anteriormente), no existía mas que esa presencia humana ahí. Si estuviéramos en el marco de la ventana nuestra vista solo se enfocaría en aquella pieza, la cama, él… y nada mas. Ni un adorno, ni un cuadro, ni una silla, mesa o cómoda. Solo él, ahí conectado quieto, sin prisas, sin calmas.
¿Quién era y por qué estaba ahí?, eran buenas preguntas pero un tanto apresuradas, tan solo bastaba decir qué era el protagonista y lo demás vendría.
-.-.-.- Cinco años atrás-.-.-.-
¿Castaño oscuro o claro?, bueno eso dependía de la luz, pero si era largo y lacio tan lacio que muchos osaban a tacharle de rebelde, ese cabello ondeándose por aquí y por allá dándole el toque a su fachada de ‘malo’. Sus facciones eran completamente finas, su piel era común, ni blanca ni tostada, simplemente con los toques perfectos para decirnos que gozaba de buena salud. Tenía unas cejas increíblemente enmarcadas que con los parpados caídos sobre sus pequeños orbes cafés daban la sensación de estar de mal humor siempre. La nariz la había heredado del padre y era lo único que le había robado, bastante perfecta para su rostro, mediana, chata pero si lo suficiente para darle un toque pintoresco a sus labios, delgados y anchos, con la dentadura perfecta de comercial, aunque claro estaba de moda traerlos torcidos pero cuando él sonreía era lo único con lo que quedaban embelesados. Digámoslo así, era su punto fuerte y débil. Uno de sus mas grandes defectos era la forma en la que vestía, no tenía reparo cuando se trataba de lucir decente, no se recogía el cabello, ni usaba pantalones como todo el mundo, mas bien parecía que siempre estaba en pijama y entre mas ropas haciéndole capas por aquí y por allá mucho mejor. Su forma de caminar era peculiar a muchos les encantaba decir que lo hacía como un señor de edad que sufría de la espalda pero él solo imitaba aquello le gustaba permanecer encorvado.
Con ese andar, esa forma de vestir y sus hermosas facciones tomaba la ruta que tenía desde hace tres meses, directo a un restaurant en el corazón de la ciudad, la especialidad fideos japoneses desde ‘Udon hasta el ya conocidísimo Ramen’. Era un trabajo catalogado como decente, pagaba el alquiler, le daba de comer y lo mantenía al día. No le gustaba porque claro él como todo el mundo tenía sueños y como la mayoría sueños truncados. Quería ser actor, quería ser guitarrista, cantante y mucho mas todo relacionado con ese medio al cual se referían como ‘espectáculo’, pero se desvió muchos kilómetros de su sueño, había dejado el ‘nido’, pero vivir solo no era fácil, menos trabajar, peor aún estudiar, así que termino resignándose.
Con ese típico traje blanco se dispuso a tomar su turno, humo, calor, olores de todo tipo, de carne, de fideos, de caldo de puerco, del tabaco que fumaban los clientes en la barra o el olor a alcohol que tomaban los de las mesas peor aún, el olor de sudor de su compañero en turno. Solo curvo una ceja, enrolló su cabello en una liga para cumplir las normas y se puso la mascarilla para evitar convertir el lugar en una película de terror.
Ahí estaba, una y otra vez preparando platillos, llevando ordenes de un extremo a otro, madera, madera, pura madera y los pies le mataban, ese lugar era su infierno, un lugar típico que al entrar anunciara: ‘Este lugar es típico del antiguo Japón’, si, era un tipo bar con variedades de fideos y demás platillos ya conocidos por el mundo con el toque de una posada antigua, donde los turistas y lugareños podían quitarse los zapatos y sentir el calor de la madera sobre sus pies para sentarse en el suelo para engullir cualquier platillo.
El reloj marcaba la hora del diablo, las tres de la mañana, pero no era exactamente por las leyendas acerca de esa hora, sino por la maldición que la ciudad le arrojaba, mas clientes, mas borrachos y quizás peleas. Él era bueno con la espada, cualquier tipo de espada pero con los golpes, ahí si era un desastre. Suspiró y volvió tras la barra a seguir preparando fideos. Finalmente cuando el lugar comenzó a cobrar vida retiro la mascarilla de su rostro, agilizo las manos y piernas, atendiendo a cada grito escuchando su nombre. Y aquí es cuando nos hemos dado cuenta que sigue anónimo, pero si nos concentramos bien y dejamos que el ruido fluya con tranquilidad podremos escuchar la ronca voz de aquel jefe llamando, así es, ahora podemos escuchar ese ronquido que mas bien figura a un gruñido chirriante como aquella señal molesta que entra al tímpano sin explicación alguna.
— ¡Hide-Zou! — He aquí su nombre, al escucharlo frunció el ceño haciendo que su mirada ahora reflejara lo que nadie quiere ver, molestia, enojo, furia, frustración, un enfado total con la vida, con todos y con nadie. De malas preparó lo que debía y así obrando como una maquina hasta que el reloj dicto las cinco de la mañana. Nadie, quizás dos clientes bebiendo en la esquina, pero nadie aun. Tomo asiento cuando su compañero fue a descansar al menos quince minutos, dormir ese tiempo era como tomar una bebida energizante, su jefe se había marchado a la planta de arriba para no despertar más. Solo él y aquellos dos que parecían irse de un momento a otro. Los acompañó hasta la salida y luego volvió a correr la puerta para sentarse y ver la nada, cerrando los ojos oliendo la humedad que desprende la madrugada que para muchos como para él tenía un aroma de lo más delicioso pero aquello no duraría absolutamente nada. Las puertas se corrieron de forma estrepitosa haciendo que sus arrugas se remarcaran más en su entrecejo, abrió los parpados y le miro, le observó y suspiró al sentir que todo el aire le era exprimido del cuerpo.
Capitulo ll
¿De qué color eran sus cabellos?, ¿Eran sus verdaderos ojos?, preguntas y más preguntas, no había nada, ni señal en su cabeza que nos indicara un poco de lucidez. La figura se tambaleaba delante de él, le miraba con una sonrisa extraña, con una mirada aún más encantadora de la que tendría si estuviera en un estado natural. Hide-Zou saltó inmediatamente de su asiento y antes de que aquel tipo cayera corrió sosteniendo sus hombros pero pesaba mas de lo que aparentaba haciendo que el castaño se doblara flaqueando con las rodillas. Se maldijo una y otra vez, era bastante débil inclusive con tipos como esos. Pero mientras sus pensamientos le gritaban lo idiota y poco útil que era su pequeño visitante se reía con sarcasmo.
— Dime una cosa pequeño y estúpido cocinero, ¿te parezco imbécil? — Fueron las primeras palabras que salieron de aquellos labios delgados y pequeños pero bien colocados en ese rostro redondo y despejado.
— ¿Pero qué…? … ¿Qué diablos? — No, no podía articular palabra alguna cuando acababan de insultarle así porque sí. Seguramente era un tipo con dinero que se había ido de borracho por el barrio rojo o del amor y alguna prostituta le había arrojado palabras con infinito desprecio. Hide-Zou poco tolerante le dejo caer, suspiro y trato de levantarlo para sacarlo de ahí. Pero no podía moverlo, era mas alto y mas pesado.
Se quedó pensando, le veía, de pies a cabeza, alto, no era delgado, era musculoso, bueno tampoco un animal lleno de esteroides, estaba bien formado. Su rostro era redondo pero no gordo, en su chata nariz llevaba una perforación, sus ojos eran demasiado rasgados como para ser real, sus ojos, ¿eran de ese color?, no, ese azul tan perfecto sol era producto de las lentillas, y llevaba el cabello recogido en una coleta alta, si, su color era negro como el del resto de su ropa. Algunos cabellos caían sobre su rostro pero no eran por rebeldes, era porque así se los habían acomodado. Parecía un tipo sacado de un concierto o quizás algo similar. Su piel no era perfecta ahora que lo veía bien y el olor a cigarrillo era mas fuerte que el del alcohol. Se notaba que había comenzado a fumar desde temprana edad por la ronca y varonil voz que se cargaba. Aunque debía admitir que eso lo dejo de una sola pieza, no había escuchado un timbre tan sexy en mucho tiempo.
Pero aún tenía un problema, un borracho durmiendo en la entrada y no sabía cómo sacarlo. Suspiró resignado, resoplo molesto y estuvo a punto de ir por agua caliente y dejarla caer sobre ese rostro que de lejos lucia perfecto. Pero entonces el olor de jabón y jazmín le hicieron voltear. Era aquel sudoroso compañero quien terminaba su pequeño descanso, se acercó y observó la escena.
— ¿Lo has matado? —Preguntó de la nada, como si fuera tan real. Quizás eso comprobaba que Hide-Zou era un monstro a los ojos de los demás.
— No, solo se ha caído de borracho. Ha entrado, ha preguntado algo y se ha caído justo iba a despertarlo para decirle que se largara pero está aquí… pero es pesado. — Su habla con los demás era poco fluida, rápida y precisa.
— No te precipites, recuerda las reglas, debemos llamar un taxi para que lo lleven a casa aunque claro debemos buscar una identificación, el cliente es lo primero. —Esas palabras molestaron a Hide-Zou por la poca lógica que tenía.
— Ni siquiera es cliente nuestro, ¿Cómo puedes decir que es nuestra responsabilidad? —Chistó mientras el otro revisaba los bolsillos del borracho anónimo.
— Ha caído con nosotros, no debes de tener un corazón tan duro, tenemos una responsabilidad frente a nosotros y…
— Espera, espera — Interrumpió el castaño. — Digamos que un tipo salvaje viola a una jovencita y se viene a refugiar aquí… ¿sería nuestra responsabilidad?
— Lo que dices no tiene lógica pequeño. —Y sin más explicaciones se concentró hasta buscar una tarjeta que solo contenía un par de Kanjis — ¿Qué diablos pone aquí Hide-Chan? — Y el castaño bufó cuando le pasó aquella tarjeta.
— ¿Eres tan… no puedes leer lo básico? — Tomo la tarjeta y al verla por ambas caras frunció el ceño — Hiroki… pone… Hiroki… ¿será su nombre?
— Pues debe de serlo… No trae nada más encima, quizás lo han asaltado. — Dedujo con resignación aquel hombre.
— ¿Qué haremos con el cadáver?
— No te expreses así de pobre… Lo llevaré allá atrás, te toca descanso puedes vigilarlo, ahora es tu responsabilidad… Es tan solo un gato perdido.
Era lo más estúpido que alguien le había dicho, solo para él era un vagabundo, nada más pero después de todo siguió a su compañero quien si aguantaba al otro, lo puso en una de las camas